Stephanie Rojas/Fotografía |
El olor a pintura fresca y la textura brusca que se hace visible en la corteza del material de una obra de arte son la viva imagen de un retrato multicolor. Que pronuncia entre cada pince lazo una vista de nostalgia y tristeza.
El azul marino desteñido en el cielo que marcan un día no común a cualquier otro, hacen sentir al espectador entre sus pieles sensibles una corriente de escalofríos de que algo no esta bien en esa imagen.
Desde lejos el parchón multicolor postrado en el centro de la pintura del maestro entre reflejos de luces y marcados oscuros distorsionados hacen pensar en solo un vistazo que se trata de una obra cualquiera y sin sentido.Cuando el espectador se acerca y observa detenidamente cada detalle, cada pincelada y difuminación colorida hecha por ese maestro se da cuenta que cada línea dibujada tiene una historia. Más que un parchón multicolor es la esencia de un mensaje que nos trasmite una realidad.
Por su altura y ancho es ver la torre Eiffel pero fuera de un ambiente de romanticismo y moda. Sin estructura de hierro pudelado y no creada por un diseñador famoso.
Más bien es una obra de quienes sin fortuna la han construido con el sudor de la frente y a medias, con el material que este a la mano disponible de los pocos que lo botan.
Una torre Eiffel ahogada sin espacio entre paredes y latas de un cálido pero devastador hogar de muchos a nivel mundial.
Ventana con ventana, paredes compartidas con clavos y latas oxidadas entre todos los que las habitan en el pedazo de tierra son una realidad que hoy se vive en muchos tugurios de una colonia llena de pobreza y necesidades.
Un ambiente sucio, que es plasmado en un papel que se deteriora pero que nunca se olvida en las memorias de quienes viven a diario una triste vida sin esperanza y la marginación de una sociedad.
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